Un año y dos días...
Los días fríos envenenan mi alma, de la misma manera en que la serpiente
inyecta toxinas al ratón después de morderlo, camino despacio, descalza y
despacio sobre la hierba muerta bajo mis pies, no sé donde estoy, mucho menos
las condiciones en las que me encuentro, simplemente estoy ahí, en esa
habitación ovoide sin piso, sin ventanas, ni paredes claras, ahí, caminando
lentamente en ese lugar donde mi mente se consume poco a poco en la negrura de
mis desvelos... la imaginación alimenta a los oídos con ruidos raros, esos que
vienen de ninguna parte y que calan en el cuero, la nuca, los brazos, las
piernas... hasta el lunar de la cara lo siente.
Hay libros por todos lados, salen de la nada montañas de ellos, hinchándose
hacia arriba con prisa, como buscando el techo, sintiéndose tan necesitados, meciéndose
hipnóticamente. Arañas gigantes bajan cautelosamente ayudándose de hilos
plateados, tan delgados como un cabello, en segundos decoran el lugar, como esperando,
esperando algo... esperándome.